martes, 6 de marzo de 2018

En Semana Santa el arte, es estandarte




En Semana Santa el "arte", es estandarte


Se acerca la Semana Santa, una fiesta que se celebra año a año, allá por el mes de marzo o abril. Se trata de una de las ceremonias más visitadas de España, especialmente en el sur; allí los pasos y las procesiones generan cierto beneficio en las arcas andaluzas. Para muchos como yo, esto no es más que otro elemento de la España más cañí; para otros, es un tesoro.

En el barroco español, artistas como Gregorio Fernández esculpieron en madera policromada figuras de corte religioso, destinadas a decorar templos y/o utlizarlas en procesiones. Estas estátuas todavía se pueden ver paseando por las calles de Valladolid en estas próximas fechas. Yo no me voy a meter con estas tradiciones, que muchos consideran arte; no obstante,  mi opinión es contraria a dichas festividades. Cuando digo esto, me refiero a ritos como el caminar en procesión luciendo un estandarte con orgullo, pegarse latigazos en la espalda o andar descalzo para pisar el suelo y lisiarse. Sí, señores, eso hay quien lo considere arte. Yo soy de los que piensan que arte es pintura, escultura, arquitectura y poco más... El resto me puede gustar o no (al fin y al cabo no dejan de ser tradiciones que generan discrepancias), pero siempre lo respeto.

Si bien es cierto que estas costumbres no me agradan (véase la de los Picaos de San Vicente de la Sonsierra), he de decir que hay algo en estas procesiones que me llama mucho la atención -para bien, claro-. Se trata del color con el que se ornan las trágicas figuras de madera que capitanean dichos desfiles. El color dorado y el carmín suelen colorear el paso de cada cofradía de forma armónica e impetuosa. Eso sí me gusta, independientemente del resto. El efecto de grandeza que crean el contraste de estos colores vivos con el de la sangre de verdad y el blanco o morado de los capirotes, es, bajo mi punto de vista, lo más parecido al poder divino que podemos apreciar sobre la faz de la tierra. Ni rayos de luz ni limbo ni nada. Donde esté este contraste de pinturas sobre las esculturas, que se quite el resto. Y qué decir si la procesión es de noche... La penumbra de los cofrades se disipa con el fulgor divino del paso (a veces con palio, pero no tiene porqué), enalteciendo las arrugas que un escultor de vete tú a saber que año, talló sobre un cacho de madera, dándole vida cual Gepeto hizo con Pinocho.

Eso es arte, señores, esa labor de transformar troncos en cuerpos perfectamente trabajados; pintarlos  de tal forma que parezcan ángeles del cielo, enviados por el Señor. 

Si creéis que estoy exagerando, en verdad os digo que lo hago. Ya lo he dicho al principio, no me gustan las procesiones de Semana Santa, pero como buen ciudadano, las respeto. 


MIKEL BASTERRETXEA

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